sábado

Usted, el ángel de la muerte

 
Usted y yo tenemos una cita.
Sé que jamás se retrasó en la hora.
Tal vez pueda darme algo de tiempo
para mirar mi vida.
¿Podré volver la vista hasta mi patio?
Allí la madreselva era alegría,
su aroma resbalaba por los sueños
de mi sangre crecida.
Será muy puntual. Siempre lo ha sido.
Usted perdonará si me entretengo
y acaricio mis libros con ternura:
comprenda usted ¡son tantas horas juntos!
que así, partir, tan fríamente,
no me parece bien. Se quedan solos…
Quiero que sepa que sé que ha de venir
para llevarme con usted,
y créame si digo que estoy lista.
He tratado de aprovechar mi tiempo:
Amar. Vivir. Vivir y amar.
No puede imaginarse el equipaje
que llevo en la memoria…
Usted ¡qué culpa tiene!
Sólo es usted el ángel de la muerte,
y usted y yo tenemos una cita.



Luzmaría Jiménez Faro
(Del libro Amados ángeles).


Luzmaría Jiménez Faro falleció el 12 de marzo de 2015. 

Excelente poeta y entusiasta editora, quienes la conocieron saben de su calidad humana, de su generosidad y de su inagotable amor a la poesía.

Siempre en nuestra memoria.

martes

Viejas cartas


Las cartas guardan voces, reconstruyen en su blanca textura historias que creíamos difuntas.  Permutan el olvido  por un rumor de sílabas que avivan la memoria y buscan y conocen cualquier encrucijada del regreso. Las letras y las firmas, como pequeñas larvas, procuran soportar las intemperies. Sucede, algunas veces, que salen del papel como una hilera de procesionarias y escuecen y levantan una erupción de fuego en las memorias. Rompen, por un momento, el silencio interior que las habita para inundar recuerdos con los abiertos signos de la interrogación. Pero a pesar de todo esas letras raíces atraviesan su entramado de sombras desertando de su antigua clausura. Nada en concreto. Es el descubrimiento de algo que pudo ser y que no ha sido. Además que no importa. Todo tiene su tiempo. Letras y frases que amortajan horas y días que fueron y no son y que presienten su final… cual pequeño diluvio de ceniza.




Paquira





















Nos funde esta amistad
que nada exige,
y en tu reloj sin horas
sólo marcan
las oscuras agujas de mis ojos

lunes

Amante

AMANTE, no pretendas mi cuerpo dibujado,
mira cómo en la arena se deshacen las formas,
atrapa los suspiros que estallan en las olas,
ahorca en mi garganta las palabras que flotan.

Amante, no me busques dormida entre las conchas.

Brillaré entre los peces, y sus abiertas bocas
repetirán tu nombre.
Y el mar estará lleno de ensangrentadas rosas.

Amante, no me busques dormida entre las conchas.

Atada a tu tristeza, sólo seremos sombra.
Yo te conozco, es cierto: tus manos me deshojan
y atónitas galernas de tu saliva soplan
en la honda caliente de mi desnuda costa.

Amante, no me busques dormida entre las conchas.

domingo

Aquellos lejanos días



No lo sabíamos entonces.
La vida era un derroche
de verbos clandestinos
y nuestros huesos eran
un frugal hervidero
de narcisos.
                                    Pero no lo sabíamos.

La luz como un incendio
ceñía nuestros cuerpos
de extraño resplandor
para mirar los días
como si fueran redes
donde atrapar los sueños.
La vida era otra cosa.
                                     Pero no lo sabíamos.
Entonces nos urgía
inaugurar palabras,
conjugar nuevos verbos,
traspasar los celajes
oscuros de la tarde
y sentir la pasión
de aventuras errantes.
No todo era mentira.
                                      Pero no lo sabíamos.
El tiempo no existía
y el tacto de la vida
era un puro espejismo.
Y es que estábamos presos,
del tiempo y del destino.
La muerte silenciosa,
calladamente pálida,
crecía con nosotros.
                                      Pero no lo sabíamos.